«Itsaso (del euskera: mar)»

- Siempre que paseo por aquí recuerdo a Itsaso. Alejarse de la orilla sola, sin saber nadar... La gente no tiene respeto al mar.
De tanto escuchar esta versión de la historia de boca de mi amigo, había acabado por aceptarla. 
Sucedió hace 30 años, en plena adolescencia, cuando no era consciente de las consecuencias que traería a mi vida. 
Los veranos en San Sebastián eran inciertos pero, cuando la ciudad nos regalaba un día soleado, corríamos a la playa junto a otros chavales del barrio. Aquella tarde pusimos las toallas junto a un grupo de chicas y Jon, el más lanzado, enseguida se acercó a ellas y les invitó a jugar a las cartas. Compartimos risas y helados y llegó el ansiado momento del baño. En el agua las distancias se acortaban y hasta el más tímido tenía oportunidad de tocar piel. Itsaso se animó a ir nadando hasta el gabarrón, una plataforma con trampolines que se instalaba en mitad de la bahía. Como la marea estaba alta, había que esforzarse un poco más para alcanzarla. Itsaso nadaba a lo perrito y se paraba cada poco. Me quedé a su lado y, de vez en cuando, le sonreía como diciendo "ya queda poco". Jon nadaba bien e iba y venía animándonos. En uno de sus viajes, se acercó a mi y me dijo al oído:
- Tú le coges de una pierna y yo de la otra.
Disimuladamente, rodeamos a Itsaso y sin darle tiempo a reaccionar, la sumergimos. Bajo el agua, se movía y pataleaba insistentemente. La situación nos parecía divertida. No recuerdo cuánto tiempo la retuvimos pero, de pronto, dejó de moverse y su boca se abrió. Jon y yo intercambiamos una mirada, soltó su pierna y se alejó buceando.
Notificamos su desaparición al socorrista.