Nadie ha podido olvidar aquel verano en el pueblo cuando el sol brillaba para todos y no había ascuas en el recuerdo. Aquellos juegos que impregnaban las calles de sonrisas, gritos y jadeos. Aquellos rescates en los que nos enfrentábamos a la carrera contra los de la calle de la cuesta, aquellas batallas, a pedrada limpia, contra los del barrio del pozo, las tardes jugando al pañuelo cuando queríamos acercarnos a alguna chica, las mañanas jugándonos los cromos a los tejos contra los vecinos de la abuela, las mañanas en la piscina aprendiendo a bucear, las tardes en bicicleta pedaleando hacia el atardecer en la loma, la tarde en la que jugamos al escondite y Tino nos ganó a todos después de encontrar un lugar imposible, la noche en la que tocamos todos los timbres y el guardia nos asustó cuando amenazó con llevarnos al calabozo y el domingo en el que nos jugamos todos los ahorros a un partido de fútbol contra los del pueblo de al lado.
Hoy hemos vuelto al pueblo para poner flores en la tumba del abuelo. He visto a la madre de Tino. Tendía prendas negras en la cuerda de su azotea. Creo que ella también me ha visto pero no ha tenido ganas de saludarme. Ni a mí, ni a nadie de los que jugamos al escondite aquella tarde. Creo que aún nos reprocha dejáramos dejado el juego antes de tiempo. Ella, sin embargo, aún no se rinde y sigue creyendo que puede encontrarle.
El final es brutal!
Enhorabuena.
Saludos Insurgentes