Después de treinta años sin verse había conseguido quedar para cenar. Cada uno de ellos tomó un rumbo diferente después de que… mejor no recordarlo.
La universidad esperaba a las chicas, el servicio militar a los chicos. Madrid, Valencia, Ceuta y Cádiz habían separado sus vidas para siempre. Sofía había intentado volver a juntarlos. Ella recordaba aquel distanciamiento como si el destino hubiera querido jugar con ellos. Como si se hubieran querido burlar de lo que pasó. Pero ella necesitaba reconciliarse con el destino y también con sus amigos.
Durante la cena todos fueron repasando las anécdotas que vivieron juntos. Rieron recordando el día que fueron al río y se bañaron desnudos. O la noche que se escondieron en la capilla de la comunión para hacer psicofonías en la iglesia del pueblo. Todos comentaron el viaje a Valencia para ver el concierto de Mecano o la noche que fueron a cenar al restaurante con los daneses que vinieron de intercambio.
Entonces ella sonrío. No la recordaba.
—Si hombre, aquel sábado de finales de julio, que nos pedimos marisco para cenar como si no hubiera una mañana—comentó su mejor amiga
—Todavía recuerdo la cara de asco que puso aquella chica, Jinie, Jina, no recuerdo bien su nombre, al ver la sepia en el plato—afirmó Jorge
Sofía seguía silenciosa, callada, pensativa, no podía recordar nada de aquella cena.
Todos cenaron juntos, pero nadie echó en falta a Sofía. Mientras todos esperaban a que les preparasen la mesa Sofía huyó con su mejor amigo. Ellos cenaron solos bajo la luz de unas religiosas velas, comieron ensaladilla rusa recién hecha y brindaron con cava que todavía no se había enfriado lo suficiente. Ella jamás se lo contó a nadie y ahora la única persona que podía confirmarlo estaba muerta.
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Saludos Insurgentes