Estaba acostumbrada a lidiar con el cansancio, cada noche me ponía límites que siempre acababa rompiendo: empujándome al éxito a pesar de él. Suspiré con sorna, esa noche el cansancio no me había conducido precisamente ahí, en realidad, se estaba convirtiendo en un verdadero reto lidiar con él.
Miré el ring, hacía mucho que las luces y las cámaras se habían apagado, todavía tenía adolorido el cuerpo, y sentía mis nudillos arder todavía envueltos en las vendas. Mi cara estaba comenzando a hincharse, en respuesta a los golpes de los siete asaltos. Había sido una pelea dura.
Merece la pena, me dije. Merece la pena pelear durante el día y al llegar la noche luchar en el ring. Merece la pena.
Pero lo cierto es que, en esos momentos, era difícil recordar la razón exactamente. Cuando perdía, se me antojaba el boxeo como un capricho que solo me quitaba cosas; cuando perdía era difícil lidiar conmigo misma. Si ganaba era diferente, las cosas se hacían mucho más fáciles, las dudas desaparecían, incluso podía despreocuparme de las facturas del alquiler.
- ¿Necesitas más tiempo? – preguntó mi entrenador acercándose a mí desde una de las sombras del enorme estadio.
Esa era nuestra dinámica: perdía y necesitaba dejarme caer en el suelo que me había derrotado para volver a encontrar la motivación de nuevo. Para volver a levantarme. Él respetaba mis tiempos.
- Ha sido una mierda de pelea. –respondí.
El entrenador frunció el ceño, pero no dijo nada. Habíamos aprendido durante todos estos años que hasta que yo no fuera capaz de aceptar la derrota no sería capaz de ponerme en pie para alcanzar una nueva victoria.
Así que él se calló, y yo seguí pensando; merece la pena. Lo pensaría hasta que me lo creyera de nuevo.
Bonita lección de vida.
Me ha encantado, enhorabuena.
Saludos Insurgentes