Ya eran seis las semanas que llevaba sin haber escrito una línea. Cada tarde tras volver del trabajo, me preparaba un café y me sentaba delante del ordenador. Escribía una palabra y la borraba, hasta que aburrida me decía —mañana será—
Esa tarde, apunto de desistir nuevamente, la pantalla pareció recobrar vida y comenzó a escribir sola. Me acerqué primero asustada y después intrigada a leer el texto. La historia, me envolvió de tal manera que no pude despegarme de la pantalla.
“…La reunión se había alargado más de la cuenta. Tenía ganas de llegar a su casa y quitarse los tacones, aceleró el paso pensando en la copa de vino que se tomaría para compensar el día de mierda que había tenido. La noche era desapacible, un viento helado amortiguó las pisadas, que seguras, la seguían a corta distancia…”
No podía creer lo que estaba pasando. Pensé en mi guapo vecino, un friki de la informática que había conseguido hackear mi ordenador y me estaba gastando una broma. Miré por la ventana, pero él no estaba allí. Pero estaba segura que era él. Era al único que le había contado mi falta de inspiración, mis dudas sobre el talento impostado que creía tener. Con estos confusos pensamientos la historia seguía su curso .
“…la sombra se escabulló dejando el cuerpo inerte en una postura imposible. Una mancha de sangre se extendía en el césped como si de una corona de flores se tratara. A través de la mirada velada se le escapaba la vida …”
Cuando la pantalla volvió a quedarse en blanco, tuve un brote de locura, golpeaba el cursor como si me fuera la vida en ello.
Ahora llevo cinco horas escribiendo de manera enfebrecida. Las palabras brotan jubilosas y contentas por no dejar esa historia inacabada.
¡Enhorabuena!