«La isla»

El ruido del camión de la basura lo sacó de un sueño profundo y reparador. Abrió ligeramente un ojo, su cuerpo le decía que no abriera los dos,  que era pronto para espabilarse del todo y saltar de la cama. Al echar un vistazo rápido se dio cuenta de que ya se encontraba en su casa, la persiana dejaba entrar una rendija de luz que le hizo situarse darse de bruces con la realidad.
Ya no estaba en la isla, estaba de nuevo en su ciudad, una ciudad que empezaba a desperezarse como él. Ya no oía el mar y los pájaros,  solo el ruido de los coches...aunque aún tenía la sensación de encontrarse en la playa, en aquella arena fina y blanca,  disfrutando del relajante sonido del mar, incluso de su aroma.  Entonces miró a la derecha y vio aquel cuerpo de piel morena del color del ébano cubierta únicamente por una fina sábana que dejaba al descubierto una espalda perfecta, unos hombros redondos que le decían bésame  y recordó que el día anterior había cogido un avión y dejado atrás un paraíso, pero no había viajado solo. Una parte de ese paraíso,  quizá la más importante, había viajado con él y ahora se encontraba a su lado durmiendo profundamente sin afectarle encontrarse en un mundo totalmente diferente al suyo.
Era como un ave exótica en medio de un paisaje gris y sonrió pensando que se encontraba allí por él. Pensó que era el hombre más afortunado del mundo. Entonces ella se giró y su sonrisa iluminó aquella pequeña habitación, aquel minúsculo piso, aquella triste ciudad y supo que aquel había sido el mejor viaje de su vida.
Se acercó a ella, la besó y al abrir los ojos el sol le cegaba y sólo se oía el sonido del mar.