«El aula y la jaula»

Sillas arrastrándose por el suelo. Mesas. Lápices. Ruido. Nunca había asociado estar en casa con tranquilidad y música hasta que entendí que fuera dejaban de existir. Veo mochilas llamativas, peinados a la moda y zapatillas repetidas. Sin embargo, el sentido del oído nadie parece cuidarlo con tanto mimo. No se dan cuenta de que cada palabra que sale por su boca forma una melodía, que los movimientos bruscos eliminan los silencios y que la entrada del profesor simboliza el final de la sinfonía.

Mamá siempre dijo que las aulas no son lugar para músicos ni artistas, que las paredes de los institutos aprisionan la mente de las personas. Pero ahora me veo tratando de descifrar qué es lo que se esconde tras el espectáculo de chistes, empujones y sonrisas cómplices de mis compañeros. Una pequeña jaula nunca fue el mejor lugar para ningún pájaro, lo sé. Pero ahora me pregunto si, en el caso de que hubiera crecido en cautividad entre los que ahora me rodean, mi canto tendría más cabida entre el suyo. Me pregunto, encogiéndome en mi silla, si encajaría en algo que me resulta tan ajeno. Tapo mis oídos y desisto: ni cien años en este lugar borrarán mi necesidad de volar.