León toca la flauta traversa. Es muy bueno en ello, casi un erudito, casi un genio, casi como Mozart. A los 8 años, León no solo dominaba su exquisita flauta blanca, sino que era capaz de interpretar melodías de lo más variadas. Con tan sólo oír a otro músico, el niño podía replicar el estilo a la perfección y crear un sinfín de estilos. Nunca se imaginó que sería capaz de salvar el mundo con tan sólo 14 años. Al menos, hasta ese día.
El joven empezaría el instituto por primera vez. A causa del trabajo de sus padres, Nicolás y Sergio, León estudiaba en casa con una institutriz, la vieja señora Ana. Ella no sólo le había brindado una educación tradicional, sino, también, excelentes dones de gente. Por eso, a pesar de ser un prodigio de la música, el chico estaba seguro de que le iría muy bien en su primer día de clases. ¡Qué equivocado estaba!
Ni bien León atravesó la puerta principal del colegio, se llevó un gran sobresalto. Había una muchedumbre en el centro del patio que aplaudía una pelea de bandas. Los teléfonos móviles y las redes sociales fueron fieles testigos del suceso. Muchos alumnos estaban asustados y muchos profesores fallaron en los intentos para detener el conflicto.
Las sirenas policiales sonaron y dos sujetos armados se lanzaron al centro del pleito. El desmadre continuó un largo rato hasta que, de repente, un sonido dulce y sanador opacó el ensordecedor ruido del lugar. En segundos, el ambiente se cubrió de calma gracias a una sinfonía, caracterizada por la letra K.
Y cuando el pacífico sonido tranquilizó a las fieras, todos pudieron percibir quién era el intérprete de aquella melodía que salvó el mundo durante un agitado primer día de clases.