Mei Ling estaba disfrutando de su viaje universitario con sus compañeros, un viaje por la tierra que la vio nacer pero de la que no tenía ningún recuerdo porque fue una niña abandonada por sus padres y adoptada por una familia europea.
La excursión a Chengdu estaba prevista para el jueves. Había amanecido muy nublado pero eso no les impediría disfrutar del día. Tras unas horas de viaje en autobús llegaron a su destino, un centro de conservación de pandas gigantes en peligro de extinción. Era uno de los mayores atractivos de su viaje de estudiantes y habían llegado con muchas ganas de disfrutarlo, lo que esa chica de pelo negro, ojos rasgados y gran sonrisa no sabía era que esa visita lo cambiaría todo.
Explicaciones sobre esa especie animal tan bonita, sobre el trabajo del centro, fotos, selfies,... Así trascurrieron las casi 3 horas que tardaron en recorrer las instalaciones y, cuando estaban dispuestos a salir de allí para volver a su hotel, sucedió algo increíble a la vez que maravilloso. Una joven lugareña les esperaba en la puerta para despedirlos y obsequiarles con una bolsita que contenía un folleto informativo y un llavero de oso panda. Cuando esa chica entregó la bolsita a Mei Ling, sus manos se rozaron suavemente y sus ojos se quedaron clavados en los de la otra.
En ese momento comenzó a llover intensamente y, mientras el resto corría hacia el interior del autobús, ellas permanecían inmóviles, la una frente a la otra. Parecían reconocerse como cuando alguien se mira en un espejo. Sus rostros eran idénticos, misma nariz, mismos labios, mismo hoyuelos en los mofletes, hasta el mismo lunar debajo del ojo izquierdo.
Sólo hizo falta preguntarle la fecha de nacimiento. La respuesta cambió el sentido de su viaje y de su vida.