Los grandes libros de la biblioteca estaban inquietos, algo les había perturbado lo suficiente como para despertarlos. El silencio había sido agradable durante las lunas que había durado, ahora todo era ruido y caos.
Conocía los idiomas de cada uno de los libros, pero sus pensamientos se alzaban tan altos y enredados que era incapaz de entender sus preocupaciones. ¿Habría sido la tormenta lo que les había molestado? Sabía por experiencia que odiaban el retumbar de los rayos y que la electricidad contenida en el cielo erizaba la tinta de sus páginas.
Caminé y caminé, vigilando que, aunque despiertos, ninguno se atreviese a cruzar la fina línea que separaba las historias de la realidad. Caminé y caminé, hasta que encontré el motivo de su perturbación, y entonces un escalofrío me recorrió a mí también.
El gran libro que estaba puesto en el alto atril de la antigua biblioteca era viejo y decrépito. Desde la distancia podía oler la putrefacción y la decadencia de las voces contenidas en él. Sin embargo, era nuevo, al menos para mí. Nunca le había visto, y tenía claro que no le había dado permiso para entrar allí.
Y cuando lo miré, dioses, él me devolvió la mirada.
“Te estaba esperando”, siseó.
Con cuidado me acerqué, y me asomé a sus páginas rotas; estaban en blanco. Aunque no por mucho tiempo.
“Esta es tu historia”, dijo el libro con voz pesada.
El resto callaron y no volvieron a atreverse a hablar, no mientras leía las palabras que se estaban escribiendo en el que ahora entendía no era un libro.
La muerte.
Se había presentado ante mí como solo podría hacerlo ante una guardiana de historias, dejándome conocer el final de la mía propia. Para cuando leyese la última palabra, no quedarían más que cenizas de mí.
Un saludo.
Saludos Insurgentes
Enhorabuena