«La muñeca de Edith»

Siento tardar en escribirte, Joan. Este último mes ha sido muy ajetreado. No puedo quitarme de la cabeza lo que vi en el museo de Belfast. Mis amigos no me creen, hermano, pero estoy segura de que tú lo harás. Sé que no me imaginé lo que vi ese día. ¿Te acuerdas de las historias que nos contaba nuestra tita Beatriz sobre el hundimiento del Titanic? Por eso decidí ir a Irlanda, para visitar el museo donde exponen todo lo que encontraron en el barco.

Entre todo lo expuesto una vitrina llamó poderosamente mi atención: tras el cristal yacía el rostro resquebrajado de una muñeca de porcelana. Según la placa pertenecía a una de las tantas víctimas del desastre, una niña de apenas cinco años cuyo nombre jamás olvidaré. La pequeña Edith Brown. ¿Sabías que muchos de los niños fallecidos viajaban en tercera clase? Fue tan injusto... Los ricos tenían más probabilidades de sobrevivir... Pues Joan, resulta que nada más cruzarme con la cara de la muñeca empecé a encontrarme mal. Escuchaba la voz de una mujer sollozando, llamando a esa niña y a un tal George, seguida de un coro continuo de gritos. De alguna manera que no puedo explicar acabé correteando por los pasillos del buque; recuerdo muy bien los empujones de la gente, el frío constante y la canción Nearer My God To Thee retumbando como un murmullo lejano.
La mujer seguía gritando y decidí ayudarla, así fue como entre las dos conseguimos alcanzar uno de los botes y colar a sus retoños allí. Después escuché un 'gracias' seguido de un apretón en la mano y me desperté. Mi primera reacción fue mirar la placa de la vitrina; las fechas no coincidían: Edith Brown, fallecida en 1998 por causas naturales.
La salvé y... Lo volveré a hacer.