«LA PAZ DE LUANG PRABANG»

Vivía inmerso en un callejón sin salida, ciego al mundo y sordo a los reclamos de mi corazón.
Me di cuenta tarde, pero a tiempo para rectificar.
Tras nadar en el lodo mucho tiempo, un amigo me recomendó un viaje, una experiencia que podría ayudarme a reconectar con mi yo interior.
Y con la esperanza como equipaje, me dispuse a conocer el norte de Laos, en el sureste asiático.
Inicié allí un viaje sin retorno, y empecé por atravesar la frontera entre Tailandia y Laos por el norte.
La magia del paraje me cautivó. 
Surcando las aguas del Mekong, reflexionaba sobre a qué hemos venido a este mundo. Visualizaba en las orillas del río pequeños grupos de niños, desnudos jugando sin preocupación alguna. El poder disfrutar de aquello me daba tranquilidad, me llenaba. 
Durante los días en barco analicé palmo a palmo mi sombría vida. 
Años grises metido en una oficina, queriendo complacer a superiores que nunca reconocerían mis méritos.
¿Y para qué?
Tiempo perdido, y que lamentablemente nunca recuperaré.
El río de los 6 dragones me entreabrió los ojos, a una realidad plena que nunca antes había ni tan siquiera imaginado.
Varios días después, ya en la ciudad, empecé a saborear cada madrugada una ceremonia llena de espiritualidad, algo que nunca antes había visto: la entrega de limosnas a los monjes budistas.
Con los primeros rayos de sol recorren la ciudad en fila, en silencio y emanando esa paz cautivadora que los caracteriza.
En su recorrido, se les ofrece arroz para su sustento diario, y los allí presentes se deshacen del mal karma, una mañana más.
¿Puede haber mejor forma de empezar el día?
Doy fe de que la paz interior no tiene precio, por ello aquí sigo a día de hoy, en la acogedora ciudad de Luang Prabang.