«La perdición de Papá Noel»

Había noches que llegaba a recaudar lo suficiente para poder comprar algo de comida, algo de vino y cerveza, por supuesto, y poder pagarme la estancia en un hostal. Pero me tira demasiado la priva, cuando estoy borracho lo veo todo mejor, qué ironía... Es decir... me siento mejor, la vida estando sereno es insoportable. Cada vez me administraba peor, pues todo lo poco que recaudaba lo destinaba en alcohol. Así que llevaba varios meses durmiendo en parques, meses sin asearme y sin comer a penas nada, a veces cuando conseguía menos dinero, algo de vino barato era la prioridad.

Mi traje de Papá Noel estaba cubierto de mierda, incluso mi cara y mi barba. Cuando estaba limpio era una gran atracción para los niños, incluso atraía más a los padres en ocasiones. Pero ya solo era un vagabundo más sosteniendo un cartón de vino.  La gente me evitaba, ni los niños me veían ya como Papá Noel. Solamente algún crío, muy pequeño, se acercaba rara vez, como en una ocasión. Se acercó uno, de unos tres años, tirando de su madre de la mano y dijo:

—¡Mira, mamá! ¡Es Papá Noel!

La madre tiraba del niño intentando retroceder.

—Ese no es Papá Noel, solo es un mendigo disfrazado, hijo vámonos...

El pequeño insistía:

—Sí, sí que es. Quiero hacerme una foto con él y pedirle mi lista de regalos.

—¿No ves que es un sucio y borracho mendigo? ¡Hijo, vámonos!

El niño enrabietado forcejeaba a tirones. Estaba convencido de que yo era Papá Noel.

La madre consiguió tirar de él, y se alejaron. El chico no paraba de mirarme, mientras lloraba y agitaba su mano despidiéndose.
La escena me conmovió, brotaron unas lágrimas de mis ojos. Le sonreí y me despedí de él alzando el cartón de vino.