Nunca me he sentido particularmente solo. Siempre he gozado de un entorno saludable, rico y fructuoso para alguien como yo. No soy alguien especial ni pretendo serlo. Me regocijo con la compañía de mi piano Steinway & Sons y disfruto de las largas caminatas mientras imagino como cada paso es una nota musical, todo al ritmo de una melodía mental. Un, dos, tres y un, dos, tres.Yo lo llamo la sinfonía del andar, otros la obsesión de un prodigio musical.
Asistir a clases no me es un problema. ¿Mis compañeros? Tampoco. Vago por los pasillos sin que las miradas ajenas caigan sobre mi presencia. Lo he dicho, no soy alguien especial ni pretendo serlo. No deseo llenar las bocas de los estudiantes acerca de rumores sobre mí. Una mañana, un compañero taciturno se acercó a mí y me preguntó.
-¿Por qué caminas tanto?
- Porque soy músico- repliqué yo.
-¿Y eso qué tiene que ver?- volvió a preguntar el curioso compañero.
-Mucho, cada paso que doy es una melodía que me imagino en mi cabeza.
Esa contestación pareció satisfacer los interrogantes de aquel chico que no paraba de mirarme con atención. Desde entonces, los dos estrechamos lazos más allá del mero compañerismo. Él me acompañaba en mis largos andares y visitaba mi dulce morada para escuchar la música que le regalaba. Con el tiempo me percaté del buen oído que tenía mi amigo y de sus habilidades artísticas. Un día, mientras ultimaba mi sinfonía, él me lanzó una duda.
-Oye, ¿Cómo vas a llamar a esta sinfonía?
Le devolví una mirada dubitativa. Mi amigo se puso a andar de forma lenta y constante. Me tomó un largo tiempo dar con el título idóneo. De repente, en cuestión de segundos una chispa asoló mi mente.
-¡Ya lo sé! La sinfonía del andar- dije con euforia.