La gran pandemia del siglo XXI recuperó para mi vida un recuerdo casi olvidado. Habían transcurrido más de veinte años desde mi última visita al pueblo. La profunda crisis que había asolado el mundo durante los peores meses de la enfermedad, se había llevado por delante mi puesto de trabajo. Desafortunadamente, el salario de mi mujer no era lo suficientemente cuantioso como para que pudiésemos permitirnos unas vacaciones como las de antaño. Por este motivo, aunque, en otras circunstancias, jamás nos lo habríamos planteado como nuestra primera opción, decidimos que regresar a la cuna de nuestra infancia era la mejor alternativa posible para descansar.
Tardamos un par de días en limpiar todo el polvo que cubría los muebles y en eliminar las decenas de telarañas que se extendían por cada rincón de la casa. Una vez que dimos por concluidas las labores de limpieza, comenzamos a planificar tareas con las que pasar el tiempo.
Una tarde calurosa de agosto, poco antes de ponerse el sol, decidimos hacer una ruta en bicicleta por los montes colindantes al pueblo. Por desgracia, las altas temperaturas de aquellos días, desembocaron en la formación de una tormenta súbita que apenas nos dio margen para buscar refugio en un saliente rocoso que se encontraba junto al camino. Durante dos largas horas, rayos y truenos se sucedieron en una cruenta batalla en la que, el vencedor, conseguiría dominar la noche cerrada que se abría paso en el horizonte.
Uno de aquellos rayos chocó muy cerca de nosotros, abriendo una profunda grieta en las rocas, que mostró el acceso a una cueva que había permanecido oculta al mundo durante varios siglos. Marta y yo lo vimos claro. Tras aquella fisura, se abría paso una trepidante aventura que vivir y, de ningún modo, estábamos dispuestos a renunciar a ella.
¿Qué esconderá esa cueva?
Saludos Insurgentes
¡Qué intriga!
Saludos Insurgentes