Cogió varios libros de la mesa cuando de ellos cayó un sobre blanco. Dentro había una foto y un sello. Diez amigos, un sábado de agosto del noventa y uno. Una cena, su última cena. Había tardado en revelar aquella foto dieciséis días, los mismo que tardó él en decir adiós.
Todos eran jóvenes, con el pelo cardado y su sonrisa alocada. Ropa vaquera y aquellas camisetas horribles de infinidad de colores. Ella le había cogido la mano y no quería soltarla. Tenía miedo de no volverlo a ver. Una larga charla de madrugada había sido como un preámbulo a lo que iba a pasar. Pero su edad no le permitía escuchar lo que su corazón le decía.
Cuando llegó a casa con sus fotos reveladas sonó el teléfono:
—Buenos días. ¿Vive ahí Juan López?
—No, soy una amiga. ¿Ocurre algo?—pregunto mientras sentía como un pellizco en su corazón le arrancaba un trozo.
—No, es que no ha vuelto de vacaciones y tenemos que localizarlo. ¿Podría darnos el de sus padres?
Ella sabía perfectamente que Juan estaba de guardia ese fin de semana y que sus predicciones se habían cumplido. Entonces abrió aquel paquete, sacó la foto de la cena y comprobó, que mientras todos reían él simplemente miraba al cielo, con la mirada perdida, como si estuviese ya en otro lado. Esa fue su última cena, la cena de su despedida.
Saludos Insurgentes