Theo entra alterado en el dormitorio que comparten y sujeta la mano del hermano. Aprieta, con sus escasas fuerzas de niño, hasta que consigue que suelte la navaja de afeitar del padre. Vincent se enfurece, su mirada da miedo, es tenebrosa como los dibujos que amontona en la estantería. Enseguida cambia de humor y ríe a carcajadas. Tranquiliza a Theo, no tiene intención de cortarse la oreja izquierda. Necesita unas gotas de sangre para el regalo de despedida de la maestra. Por la mañana, volvió a sorprenderle dibujando durante la clase de geografía, además de dejarle en evidencia, algo normal en esa mujer, menospreció su talento y no se lo perdonará jamás. Mientras todos los alumnos clavaban los ojos en él, pidió que se acercase y mostrase su nueva obra. Burlándose lo exhibió diciendo que si dibujase bien tendría una excusa para no atender en clase Arrancó la hoja de su cuaderno y la rajó con rabia en pedazos pequeños que no pudiese recomponer. No volverá a pisar la escuela.
Hablar no le impide pintar a toda velocidad, maneja los pinceles con maestría, las gotas de sangre, en breve, serán una mancha inamovible. Theo le observa con absoluta admiración, debajo de ese cabello rojizo late la mente de un genio. Conoce a ese testarudo mejor que nadie y sabe que su decisión es definitiva. Vincent termina el dibujo, y le pide al hermano que al día siguiente se lo lleve a la maestra y le diga que pinte ella uno igual de bueno. Theo quiere que le ponga un título y Vincent dice que hay que dar importancia a la pintura y no quitarle protagonismo, el nombre se lo pone cualquiera y mejor si es corto. Decide llamarlo las amapolas, sin molestarse en pensar.