No logro entender como llegué hasta ahí, en ese estado, en esas condiciones.
Cogí la caja de galletas convertida en el álbum de fotos de varias generaciones y me dispuse a repasar las imágenes una a una, con la incertidumbre de saber quién eran todas aquellas personas plasmadas en blanco y negro.
Cada fotografía, fechada en su reverso, intentaba darme pistas sobre quien era y dónde me encontraba, pero todos los esfuerzos fueron en vano. No había ni una sola que me hiciera recordar mi pasado y lo que es peor, mi presente más inmediato.
Consulté mi reloj parado, ni hora ni fecha en el calendario. Ni un espejo en el que reconocerme, sin poder adivinar cuánto tiempo había permanecido allí, ni que pantone de palidez aparecía en mi rostro.
Salí al portal, las casas de piedra y el vacío absoluto me revelaron que todavía sabía menos de lo que imaginaba. No había absolutamente nada que me asociara a aquel lugar, ni un resquicio, ni un resbalón. Giré la esquina y la mirada furtiva de un gato me sobrecogió, incluso él se compadecía de mí. Di la vuelta a la manzana, buscando el nombre de una calle, una señal direccional o un coche al que parar. Nada.
Volví de nuevo a la casa, intentando mantener alguna comunicación con el exterior. No había ningún teléfono, radio ni televisor. Únicamente pude encontrar una biblioteca repleta de libros escritos en un idioma de símbolos ininteligibles.
Los abrí todos, uno por uno, buscando alguna palabra que me rescatara del limbo en el que me había perdido. Después de varias horas y enloquecido, creí asociar colores, dibujos y números hasta que pude resolver lo que sería un jeroglífico en toda regla:
-“Juego superado. Bienvenido al Scape Room XXX”.
Saludos Insurgentes