«LLAMARADAS»

—¡Qué alegría verte, Luis!
—¡Desde ayer que no nos vemos, Emilio!
Ambos amigos se fundieron en un fuerte abrazo y se sentaron en una mesa libre.
—Es verdad, han sido solo horas.... Pero, lo de anoche. ¿Te acuerdas? ¡Fue brutal!
—Brutal puede que sea una palabra muy acertada, Emilio.
—La fiesta que nos pegamos fue mítica. Nos pasaron tantas cosas, que no sabría decirte cuál fue mejor —Emilio asentía a todo lo que su amigo iba contando—. Entre lo que nos ocurrió en la cena, con lo de esas chicas... Estoy seguro que hubiésemos triunfado.
—Te recuerdo que sus parejas, aquellos gorilas de dos metros y cien kilos, casi nos matan...
—Minucias, Luis, el amor se acaba imponiendo incluso ante los matones. ¿Y en la discoteca? Toda la noche bebiendo gratis porque aquel viejo se hizo amigo nuestro... Creo que bebí demasiado, lo último que recuerdo es como que era de día y el calor sofocante... ¿Esta noche repetimos?
—Por supuesto, Emilio. Luego te recojo, ahora me tengo que ir.
Luis se levantó y salió de la sala.
—¿Qué tal ha ido? —le preguntó una auxiliar.
—Igual. Mañana volveré. Ahora debo ver al doctor.
—Ya sabe, la última puerta a la derecha. Le está esperando.
Avanzó y entró al despacho tras llamar a la puerta. Saludó con la mano y se sentó frente al doctor.
—¿Todo igual?
—Como todos los días—contestó Luis con lágrimas en los ojos—. Siempre mantenemos la misma conversación. ¿Cuánto va a durar esto?
—No se sabe. Esperamos que, en una de sus visitas, algo le ayude a desbloquear sus recuerdos. Y usted, ¿ha conseguido progresar?
—Sigo sin saber, doctor, qué causó el incendio en mi casa por el que casi muero; y por el que, mi mejor amigo, por salvarme la vida, perdió su cabeza.