Querido Diario;
Confieso que nací como un chico sensible para con todos, amante sincero de las cosas que nacen y crecen, y, ¡ay, juro a Dios!, si puedo evitar sufrimiento de cualquier necesitado, siento la terrible congoja de ayudar y salvarlo siempre que mis manos tengan el alcance y la pericia necesarias. ¡Por Dios no me muestres más! ¡Cuán dolorosa es la empatía!
Querido Diario;
Habiendo sido agotadas mis reservas de desprecio para un mundo que se encabezona en reventarse contra la misma piedra, ¡ay Dios! ¿Por qué tanto sufrimiento? ¿Qué más puedo hacer yo? Ya no sé que sentir en el mundo, ya no sé que sentir por el resto. ¡Maldita empatía obligándome a sentir!
Querido Diario;
Huérfano, ya solo me quedan los placeres de lo humano, tentado, finalmente yo que he probado cada pecado, suculento, pero que mi lengua, inquieta no ha sido satisfecha, yo que me veo en el espejo, desocupado, hueco, convertido en purulento absceso. ¡Ay Dios, qué me has hecho!
Querido Dios;
Al fin lo he comprendido. Tanta empatía y todas las tripas sueltas. Finalmente lo he hallado. La respuesta hilarante a este sin Dios al que todos se habían entregado. ¿Quién soy yo para oponerme a ello?
Querido;
Me he abandonado a los placeres humanos. Y los he encontrado en el interior del hombre. En sus cavidades. ¿Cómo podría disfrutar de ellos si no fuese capaz de percibir, de sentir lo que el otro siente? ¿Cómo sería capaz de disfrutarlo sin ponerme en su piel?
Querido;
Hoy le abierto las tripas, ¡y aún aullaba! He podido sentirlo todo, comprender su sufrimiento, lo sentía en mis carnes, ¡bendita empatía! Puesto en su piel era capaz de sentir como lo despellejaba. Con ternura. Ahora este pequeño angelito está acorde a este mundo tan macabro.
Saludos Insurgentes