Mariana era la más anciana de la residencia Los Olmos, justo ese día cumplía ciento diez años, aunque no lo podía celebrar con sus hijos, todos habían fallecido ya, y sus nietos apenas la visitaban, todos tenían sus propias vidas y se habían olvidado de su anciana abuela. Al menos eso era lo que ella creía, la memoria le fallaba hace años, y le costaba reconocer a aquellos que la visitaban. Su cuerpo también le fallaba y se tenía que desplazar por los largos pasillos de la residencia en una silla de ruedas. Aun así, Mariana conservaba su fuerte personalidad y su determinación, no en vano había sido profesora de historia en la Complutense, la primera mujer que consiguió la plaza.
Aquel año, su cumpleaños coincidía con elecciones, las terceras generales en dos años, y Mariana, a pesar de su mala memoria, lo tenía muy en cuenta y estaba decidida a ir a votar, tal y como lo había hecho siempre, desde que lo pudo hacer por primera vez. Pero los médicos habían recomendado que no saliera de la residencia, por su frágil salud. Ella no estaba de acuerdo, seguía en su empeño en ir a votar y rogó que la llevaran, como al resto de residentes. La enfermera le dijo:
—Es mucho más importante su salud que las elecciones, un voto más o menos no cambiará nada, además es su cumpleaños, sus nietos vendrán a celebrarlo.
Con la “mala uva” que la caracterizaba, Mariana contestó:
—Quizás seas demasiado joven para comprenderlo, o demasiado ignorante. No hay nada más importante que ejercer nuestro derecho a elegir, luego vendrás defendiendo los derechos de las mujeres, la igualdad. Empieza respetando a todas esas mujeres que lucharon por tener el derecho más básico.
Como siempre, Mariana, emitió su voto.
La protagonista lo tiene muy claro y no duda en justificarse.
Buen relato paisano, enhorabuena.
Saludos Insurgentes