El disparo sonó como un cañonazo. Recuerdo los trozos de cristal saltando sobre la cabeza del conductor. Su cabeza golpeó el volante y eso hizo sonar el claxon de un modo ininterrumpido. Aún así yo lo oía lejano, como amortiguado. Sentía más intenso el bombeo de mi corazón, acelerado y martilleando mi cabeza.
Un brazo apareció por la ventana y empujó el cuerpo inerte hacia el lado, con ello cesó el sonido del claxon y giró hacia mi puerta para abrirla accionando el tirador.
Otro par de brazos me sacaron del coche como si fuera una maleta, y me echo contra el asfalto. Debí golpearme la cabeza al caer, pues lo siguiente que recuerdo es despertar sentado, maniatado, con la espalda apoyada en una pared.
El sol se encontraba en todo lo alto, algo rojo nublaba mi visión por el lado derecho, y a mi lado se encontraba el jefe de proyectos.
«¡Una semana en México! Encima te vamos a pagar por venir. Para que luego digas que no te cuidamos, lo vamos a pasar genial. No todo va a ser trabajar», acompañó esa ultima frase con un guiño.
En ese momento solo pensaba en volver a verte, en la niña y besar la carita de quien llevará mi nombre. Solo deseaba que no fuera un hijo póstumo.
«La empresa tiene un seguro», le oí susurrar. Fueron sus ultimas palabras.
Volver a veros me mantuvo con vida. Estoy seguro de ello. No soy capaz de recordar el proceso de liberación. Solo recuerdo frijoles, agua y calor. Y el día que me subieron en el coche con los ojos vendados y tras caminar unos metros, aquel paramilitar me dijo: «Ya está a salvo, le llevaremos con su familia».
Ahora estoy aquí y os prometo que nunca mas me iré.