Escribo esto con las pocas fuerzas que me quedan, que son, irónicamente, muchas más que las que he tenido en ciertos momentos de mi longeva e intrincada vida.
Mi aliento cada vez se hace más pesado e intermitente. No sé cuánto me queda, pero no quería irme sin contarte algo.
Apenas tengo fuerzas para sujetar el bolígrafo, así que iré al grano. Yo también he tenido tu edad, y he sentido dentro esas bocanadas de inmortalidad que regala la juventud. Otra cosa que hace la juventud es hacernos creer que tenemos el control de todo. Cuando te haces mayor lo sigues pensando pero ya sabes que no es verdad.
No quiero caer en frases hechas, pero con casi mis 90 años te puedo decir que la vida a veces cuesta de cojones. Vienen momentos chungos que no te mereces y otros que te has ganado a pulso pero por los que no quieres pasar, y luego en medio de eso puede que te encuentres con momentos que sean la hostia. Yo tuve una época donde todos mis momentos buenos tenían un precio, en concreto 20 euros por cada raya.
Me acabé drogando casi todos los días porque cuando entras en esa espiral nunca te conformas y desaparecen los frenos de tu vida. En medio de la vorágine, llegó el día más importante de mi vida, llegó tu madre, mi hija, que estuvo sus tres primeros meses en un centro de acogida porque yo estaba desintoxicándome.
No sé desde cuando te drogas, pero sé que lo haces, y te diré que la felicidad que te da esa mierda es siempre mentira.
No te creas la película que te cuenta.
El control siempre lo tiene ella.
Aléjate de ahí ahora que todavía estás a tiempo.
Esta es mi última voluntad para ti.
Me ha gustado.
Saludos Insurgentes