Faltaban diez días para la fecha de parto, todo estaba pronto, así que acaricié la panza donde empujaba insistente tu piecito y dije «cuando tú quieras, te esperamos de este lado de la piel».
Esa misma noche, al poner la cabeza en la almohada, sentí la primera contracción con dolor y empezó la danza que lleva a cruzar el umbral. Al poco, llegó la primera reina maga, que desde entonces me gusta llamar «mi partera», si ella lo permite. Fueron largas horas, donde me contuvo con ternura y sin perder la fe en mi. Varias veces creí que no podría, ella ni una. Y tenía razón, antes que terminara el día naciste mamífera como te soñé.
Los días pasaban, y el caos de mi alma y mi cuerpo batallaban para que no naufragáramos. Crecías demasiado lento y yo sentía que me hundía, como un Atlas, bajo el peso infinito de la balanza del neonatólogo. Entonces, vino a verme la segunda reina maga, una que desde entonces llamo amiga-loba. Trajo comida, preparó té, y con el alma expuesta me mimó y me escuchó. Dijo poco, y con todo eso, como la otra reina, apuntaló el poder que estaba en mi. Nuestra lactancia creció, complementada, libre, elegida, consciente , y tú, mi cachorra, creciste fuerte.
La tercera reina maga, al igual que las otras, me ayuda a confiar en mí y aceptar mi vulnerabilidad. Me interpela en mis creencias, me deconstruye y me requiere feminista, me grita que esté presenta y me empuja a luchar. Tú, pequeña, eres mi tercera reina maga. Deseo que sepas ser maga para con todas tus mujeres, y ellas lo sean contigo.
Enhorabuena.
Saludos Insurgentes