Nicolás acababa de jubilarse el día que murió su esposa, después de más de cuarenta años de feliz matrimonio, pero en los que, a pesar de haberlo intentado, no lograron tener hijos. Las primeras navidades a solas, fueron las más tristes de su vida.
Tomó la decisión de que las navidades volvieran a tener sentido para él, así que, a partir de ahora, acudiría cada veinticuatro de diciembre al orfanato de las “monjitas” vestido de “papa Noel”, cargado de regalos para todos los niños. Y así lo hizo durante veinte años, llegándose a convertir en toda una tradición en el orfanato, en el cual cada navidad todos los niños esperaban con ilusión la llegada de Papa Noel, que inundaba de felicidad la navidad de aquellos niños.
Diciembre apenas había comenzado, las monjitas comenzaban a decorar el orfanato, cuando recibieron la triste noticia. Nicolás, que ya contaba con ochenta y cinco años, había muerto de un infarto en su casa. Aquellas navidades se presentaban muy tristes, no habría Papa Noel, no habría regalos. Las “monjitas” no podían afrontan el gasto de comprar un regalo a cada niño, así que se tuvieron que conformar con una navidad como las de antaño, cuando Nicolás aún no acudía con sus regalos. Aquella noche los niños se acostaron tristes, pero ninguno dijo nada, todos lloraron en la soledad de su catre.
A la mañana siguiente, fue el primer niño en despertarse quien que alertó y despertó a los demás.
—¡Ha venido Papa Noel!
Gritaba con entusiasmo, mientras sus compañeros se despertaban descubriendo que, en cada cama, cada uno tenía su regalo.
Y así fue siempre.
Bien Juan José, sigue jugando.
Los giros son perfectos, la magia de la Navidad siempre presente.
Saludos Insurgentes