«No hay mal que por bien no venga»

No podía resignarme y aceptar el trabajar con mi padre cargando camiones de hormigón. Me lo propuso varias veces, pero eso no era para mí. Solo de pensarlo me ponía malo, me ponía de los nervios, se me quitaban las ganas de comer y de todo. Lo más probable es que acabara suicidándome, por eso tenía que hacer algo. La ansiedad se apoderaba de mí y no veía salida.
Decidí liarme la manta a la cabeza y coger los pocos ahorros que tenía para emprender un viaje y desconectar. Pensé que cambiar de aires me vendría bien. Encontré una oferta en una agencia para viajar a Egipto.
Decidí alquilar una motocicleta, adentrarme por los barrios y explorar sus calles y sus mercados.
Una tarde iba conduciendo a toda velocidad cuando de repente una chica que caminaba junto a la carretera llamó mi atención. Me quedé asombrado, no lo podía creer. Era una chica que había sido mi vecina durante muchos años en Málaga. Ella llegó a España refugiada de Siria, trabajó como cuidadora interna en la casa de al lado, yo entablé una pequeña amistad con ella. A veces me la encontraba camino al barrio cargada de bolsas de compra y la llevaba en mi moto. Siempre estuve enamorado de ella, pero como tenía novio nunca le dije nada.
Nos saludamos y la llevé hasta su casa. Estaba viviendo con la familia de su hermana que se habían instalado allí, vino por un tiempo, pero finalmente le salió un trabajo como niñera y se quedó. Fue un bonito reencuentro, me invitó a pasar, no había nadie en casa y me ofreció unas cervezas. Me dijo que ahora estaba soltera. Observé cautivado su espléndida sonrisa y sus labios carnosos, y me decidí a besarla mientras sonaba Paul Anka de fondo.