Con los ojos aun semicerrados empezó a preparar el desayuno. Se dejó hipnotizar por el fuego de la hornalla bajo la cafetera, mientras pensaba lo mal que sientan dos o tres cervezas a los cuarenta. «A fin de cuentas, es Año Nuevo», pensó.
Después del primer sorbo de café tomó consciencia de lo silenciosa estaba la casa. Con la taza en la mano, recorrió la casa lentamente.
Los niños no estaban en sus cuartos, pero eso no fue lo que lo alarmó, sino las camas hechas. Aceleró el paso, y no pudo encontrarlos en ningún rincón. De los nervios, casi pierde de vista la carta que habían dejado.
«Vamos a la asamblea de niños en la plaza, no sabemos a qué hora termina. Si vas por nosotros, que sea caminando.»
Manoteó el móvil y las llaves del auto para salir de inmediato.
—¿Dónde diablos están las llaves y el maldito teléfono?.
Era cerca, así que caminó enfrentando la abstinencia de los datos móviles. Cuando llegó deseó poder filmar aquella multitud que seguía creciendo y rodeaba la plaza. Al centro, coronaba un improvisado escenario circular ocupado y rodeado por: NIÑOS y NIÑAS.
—Está por empezar, cada media hora leen la proclama. — le dijo otro adulto que estaba allí.
Se calmó al ver a sus hijos, sentados en el tercer círculo desde el escenario. Por un instante el corazón se le expandió de orgullo, los vio tan grandes, tan concentrados, aunque no supiera en qué. Y la proclama empezó
«Aquí y en todo el mundo las asambleas de niños han retirado el acceso a móviles y vehículos particulares. Requerimos que los adultos presten atención a los niños y al planeta. No hay más tiempo que perder.»
Me ha encantado, enhorabuena.
Saludos Insurgentes