Aquí me encuentro, mirando la puerta del colegio cerrarse, de la mano de mi marido, viendo al volverme decenas de madres irse a tomar el cafelito locas de contentas en grupitos ya conformados.
No conozco a nadie, tan solo a María Victoria, la nueva profesora de mi hija pequeña, que me ha dedicado una sonrisa de oreja a oreja cuando ha cogido de la mano a la pequeña.
¿Qué raro?
Pensaba que me sentiría contenta al dejarlas en clase después de todo el verano pegadas a mí como sendas lapas. Pero no.
Me siento desubicada.
Además del primer día para ellas en un colegio nuevo, al día de hoy le han precedido días de “momentos nuevos” que vamos todos digiriendo cómo podemos.
Acabamos de llegar a la ciudad y todo proceso de cambio necesita de un tiempo de adaptación.
Pero he de decir que estoy muy orgullosa de como lo están llevando, son grandes estas pequeñas.
¿Yo lo asimilaré tan bien?
Espero que sí… Dicen que a lo bueno se acostumbra una pronto. Y estos cambios son para bien, lo sé.
Camino calle abajo dispuesta a seguir con una mañana de trámites burocráticos, cuando me suena el móvil. Es una alarma:
“MONTSE, NO TE OLVIDES DE VIVIR”
¡Eso es!
-Déjate de trámites y de historias Cari -le digo de repente a marido.
Hoy la mañana es nuestra, y la vamos a disfrutar.
A las 14h. en punto ya volverá a sonarme la alarma:
“VUELTA A LA RUTINA”
No vamos a desperdiciar nosotros esta bonita mañana con papeleo.
Siento el culo en una bonita terraza frente “al Tajo” y llamo la atención del camarero:
-Cerveza para él y vino blanco para mí, por favor.
Que la vida son dos días y uno ya lo hemos gastado durmiendo.
