El número 35 de la calle Suskind se abre y sale un niño. Mira al cielo. Amenaza lluvia. El aire huele a acordes menores de viento metal.
Aaron tiene trece años. Es su primer día de colegio. Padece sinestesia.
Él piensa que padecer no es el verbo más apropiado. Prácticamente cualquier estímulo que percibe es interpretado por su cerebro como un sonido. Su madre, por miedo a la exclusión, le educó en casa. Nunca ha conocido a otro niño de su edad.
El profesor de mate habla en tono irónico y socarrón, como Jaime Urrutia cantando una de Gabinete.
La de literatura es seria y solemne. Nessun Dorma de Puccini.
En el recreo se sienta en un rincón del patio con un cuaderno. Comienza a garabatear. Se abstrae de lo que sucede a su alrededor y, hasta que huele una melodía de arpa, no se da cuenta de que Alba se ha sentado a su lado. Tiene el cabello y los ojos color azabache y una estrellita de plata en una aleta de la nariz.
- ¿Qué haces?- Escribo sobre mis experiencias de esta mañana.
- Con... ¿pentagramas?
- Verás; es que, suceda lo que suceda, yo sólo siento música.
Alba lo mira sorprendida cuando suena la sirena y se levantan para volver al aula. Samu pasa por su lado y da un manotazo a su cuaderno tirándolo al suelo. Aaron le mira fijamente a los ojos y el otro le sostiene la mirada. “Smells like teen spirit” sin duda. Samu alarga los brazos para darle un empujón y Alba se interpone en su camino.
- ¿No tienes nada mejor que hacer?Se vuelve gruñendo un monosílabo ininteligible y se va.
- Domesticar bestias. Uno de mis fuertes.Aaron sonríe. Sabe que sobrevivirá. Suena el Gloria de Vivaldi.