Por un momento me detuve. La bombilla de mi salón parpadeaba, con la misma simpatía que lo hace siempre en los instantes previos a su muerte. «¿Pero ¿por qué algo que está agonizando me guiña tantas veces el ojo?», me planteé mientras la observaba detenidamente. Le pregunté qué le pasaba, y tras contemplar su gesto sincero entendí que lo que realmente estaba haciendo la bombilla era pedirme ayuda.
Muchas veces no me doy cuenta de las cosas que suceden a mi alrededor. Tampoco le doy especial importancia a los seres inanimados, que tantas veces nos acompañan en nuestra vida. Me deshice de la vieja tele de los 90’s cuando esta aún funcionaba. Era la misma que, cuando estaba apagada, no dudaba en devolverme la imagen de aquel pequeño que jugaba a cualquier juego de mesa junto a sus abuelos. La cambié por una de plasma, al mismo tiempo que tiraba con desdén mis recuerdos a la basura.
Actualmente se ha impuesto la tendencia de dedicar más tiempo a las personas, algo que debemos seguir cuidando, pero me da miedo el desapego que mostramos hacia las cosas. Reconozco que yo soy el primero que no dudo en cambiarlas constantemente, pensando que ya no me sirven para lo que yo quiero.
Aquella noche desenrosqué la bombilla y la senté a cenar enfrente de mí, en penumbra, con la persiana a medio cerrar y la tenue compañía de las luces de la calle. Era, sin duda, el momento más romántico que había vivido en mucho tiempo.
Me ha encantado.
Saludos Insurgentes
Original, íntimo y muy diferente.
Por el tipo de vida que llevo, prácticamente cada año cambio de casa, de país... he tenido que aprender a vivir con pocos "seres inanimados" y a seleccionar con detalle cuál se viene conmigo en la maleta al siguiente destino.
Tienes mi "me encanta"