Aquel día no podía empezar mejor. Nos encontrábamos navegando en un barco en la bahía de Ha-Long para sumergirnos cerca de una de las tantas islas elevadas que hacían de aquel rincón un lugar mágico.
Cuando nos acercábamos al lugar inmersión, comenzamos a ponernos el neopreno y demás equipamiento. Al ser toda la expedición de biólogos marinos, llevamos diverso instrumental para recoger muestras de aquel fondo marino tan diverso.
Nos dispusimos los cuatro en el borde de la embarcación, a espalda de esa agua tan cristalina y nos zambullimos. Tras unos segundos en lo que todo se volvió turbio por la espuma generada todo se volvió nítido.
La belleza del arrecife de coral te dejaba casi sin respiración a pesar de llevar oxigeno suficiente en la bombona. Y aunque en un primer momento fuimos todos en comandita para ir recogiendo muestras, a mí, aquel paisaje hizo que me despistara del resto del grupo.
Buscando al resto de los compañeros, a la vuelta de una gran roca submarina me encontré de frente con un gran tiburón. Sin dudarlo hui a toda velocidad hasta encontrar una gruta donde me metí. Continúe por ella hasta encontrarme de pronto en un gran lago salado subterráneo.
Salí del agua para lograr sentirme a salvo. Al quitarme las gafas entonces observe que me encontraba ante un mundo submarino que jamás nadie pensaba que se encontraba bajo aquellas islas elevadas.
Se trataba de una civilización alienígena que se encontraba viviendo allí desde siempre y se habían adaptado a vivir en aquel lugar sin que nadie supiera de ella.
Es evidente que lo mágico de la bahía de Ha-Long traía consigo un mundo en sus profundidades.