—¿Cariño vamos a votar?
—¡Paso abuela! Me importa una mierda toda esa movida.
—Pero cielo, acabas de cumplir tu mayoría de edad, deberías sentirte afortunada por poder ejercer tu derecho al voto, no siempre fue así.
—Abuela no te flipes, los políticos son todos iguales, que yo vaya o no a votar, no cambiará las cosas.
—Está bien, te contaré algo que tu no sabes. Muchas veces me has escuchado historias sobre mi madre, tu bisabuela, pero ésta no la conoces todavía.
Mi madre tuvo una buena educación, la prepararon para ser una buena esposa y madre, pero siempre supo que eso no era lo que ella quería. Le hubiera gustado ir a la universidad como sus hermanos, y estoy segura que hubiera sido una buenísima abogada, médico o ama de casa, pero no le dieron la opción de elegir.
Cuando empezó a frecuentar las reuniones clandestinas con su amiga Clara, ya estaba casada. Mi padre era un buen hombre y siempre la apoyó.
Le indignaba que una mujer no pudiera ser dueña de su destino, tan solo por el hecho de ser mujer. Podían trabajar duramente en una fábrica con un mísero sueldo, pero no podían ir a la universidad, ni divorciarse y mucho menos votar. Las mujeres eran como sombras, hasta que empezaron a hacerse visibles. Las cosas entonces empeoraron, se disolvían las reuniones con violencia, las lanzaban piedras, las insultaban, las detenían, pero aún así, se mantuvieron firmes en sus convicciones y a ellas les tenemos que agradecer que tu puedas hoy elegir si ir a votar o quedarte tumbada en el sofá.
Cuando detuvieron a mi madre estaba embarazada de mí, dio a luz en la cárcel, pero yo nací más libre de lo que nunca fue ella.