Querida madre.
Tras cuatro soles fuera, Grog ha vuelto hoy. Le esperaba con algo de caza y bayas, pues las provisiones empiezan a escasear y el frío se acerca.
Le oí llamarme a gritos, pensé que vendría con deseos, ya sabes, pero no. Se paró a la entrada, traía unas ramas secas en la mano y esa sonrisa de bobo de la que me enamoré. Miró a los lados y se dirigió a la pared donde paso las tardes de pintura.
Mientras dejaba los palos en el suelo me decía.
«Mira Darla, mira. Mi primo Orbeg me ha enseñado esto. Es genial».
Empezó a frotar uno de los palos contra otro de un modo extraño y rápido. Bastante rato después, empezó a salir una especie de niebla, como las que se forman en las mañanas de invierno y luego de repente algo anaranjado empezó a envolver las ramas.
Me miró sonriente, con los ojos brillando. Arropadas con esa luz naranja, desprendían ahora las ramas calor, como el sol en verano.
«Podemos asar la carne, y calentarnos en invierno»
Me mostró eso de asar la carne con un trozo que nos quedaba de su última captura: la carne estaba seca, caliente y no se apreciaba la sangre. Los niños ni siquiera quisieron probarlo, yo lo hice por el amor que le tengo, pero la verdad es que no sabía nada bien.
Dice que su primo le ha explicado que de ese modo, nos hará menos daño, viviremos más y mejor y los niños estarán más fuertes y sanos. Quiero creerle, pero me temo que es otra de sus ensoñaciones.
Cómo recuerdo tus palabras mamá: «No te enamores de un Sapiens, esos no van a durar. Piensan mucho, luchan poco».