El día que mi marido murió, quemé todas las fotos de la boda, aquellos horribles recuerdos del día en el que me obligaron a sentarme en un taburete mientras él permanecía de pie, a mi lado, para que nadie notara que yo medía 30 centímetros más que él. Yo ya sabía entonces que aquella mano que apoyaba sobre mi hombro no era una mano cariñosa, con aquel gesto solo me estaba advirtiendo: - "Ni te muevas". Nunca se sintió inferior. Al contrario, no se cansaba de repetirme: -"No te preocupes por mi tamaño, sabré ponerte a mi altura". El día de nuestra boda llegó a casa de madrugada. “No voy a perder mi tiempo contigo”.- Me dijo con desprecio. Luego supe que no lo perdió conmigo porque ya lo había aprovechado en la cama de mi hermana. Podría haberlo matado entonces o la primera vez que me demostró su superioridad. Siempre me repetía: -"Lina, muerto el perro, se acabó la rabia". Yo le miraba pensando si sería una indirecta.
¿Queréis saber cuál fue el día más feliz de mi vida? Una mañana estaba en la peluquería. Era miércoles. Lo sé porque me obligaba a ir todos los miércoles para no avergonzarse de mi cuando sus amigos venían por la noche a jugar a las cartas. Mi cuñada entró llorando.
-Ha muerto, Jose ha muerto. - Me abrazó con fuerza. Agradecí el abrazo porque pude sonreír a gusto sin que ella me viera. -Nos tenemos que ir, Lina.
-Cuando terminen de peinarme y hacerme las uñas. -Me giré con indiferencia mientras ella seguía allí llorando por la muerte del cabrón de su hermano. Yo solo pensaba: -Muerto el perro, se acabó la rabia.
Esa fue la primera y única vez que tuve suerte en la vida.
Buena narración compañera!
Saludos Insurgentes