Había perdido la cuenta de las veces que había tenido la portada con la famosísima y ultra mercantilizada máscara de Guy Fawkes entre las manos.
Su obsesión por la obra de Alan Moore, V de Vendetta, le introdujo al mundo del cómic y acabó montando su propia tienda de novelas gráficas y merchandising.
De pronto por la puerta del local entro una figura alta. Portaba un sombrero de copa, lucía una túnica negra y, por supuesto, coronado todo ello con la máscara de V.
Ni Phil se atrevía a ser tan “friki”, pero tampoco era el primer ni sería el último cliente que se presentaba de esa guisa.
—Lo que tengas que mirar, date prisa tío. Cierro en 2 minutos, y V no querría que llegara tarde a casa por culpa del trabajo —dijo irónicamente.
—Permítame presentarme, soy V.
— Todos lo somos. Venga chaval, espabila que no tengo toda…
—Ahí te equivocas, no todos somos V. —prosiguió —Veo que muchos creísteis entender mi propósito, que os creéis revolucionarios porque en algo llamado redes vertéis vuestra frustración, vuestro descontento con el capitalismo, mientras lo hacéis con aparatos que cuestan más de un mes de vuestros irrisorios jornales. Y lo empleáis también en comprar máscaras y camisetas. No entendisteis nada.
—Tú la llevas puesta.
—Yo soy yo. Yo no he depositado dinero en una multinacional que gana millones al año en venta de máscaras, cuando precisamente simbolizo el anticapitalismo, la importancia del individuo verse los gobiernos y la corrupción del sistema. Todos no sois yo, todos somos todos.
El hombre de negro cogió una de las máscaras y la partió con rabia.
–¡¿Pero qué cojones haces?! —gritó Phil enfurecido.
Al salir del mostrador, se giró y vio que estaba solo.
—¿Pero qué…?
Nunca olvidaría aquel 5 de noviembre.
Muy bueno.
Saludos Insurgentes.