Por un momento pensé que la chica iba a morir. Caminaba ensimismada. Movía la cabeza al ritmo de alguna melodía rocanrolera que seguro a mi me gustaba. Tenía la música alta porque incluso yo, que estaba unos metros atrás, podía escuchar la canción.
El semáforo cambió a verde. Solo ella comenzó a andar mientras los demás intentábamos averiguar de dónde venía el ruido de un motor potente, que aceleraba cada vez más, y que nos paralizó. A todos. A casi todos. Ella, decidida, seguía a lo suyo mientras yo, que vi el coche rojo acercarse velozmente hacía el cuerpo contoneante, salté. Le di un empujón tan grande que los dos caímos al suelo. Nunca había sido ágil y no sé de donde saqué el ímpetu para evitar que la atropellaran.
El coche rojo pasó fugaz. Ella, desconcertada y con el gesto aterrado, me miraba pensando que era un loco que la había atacado. Yo, tembloroso y sorprendido por mi hazaña, balbuceaba palabras sin sentido en un intento por explicarle que le había salvado la vida. El resto de viandantes arrancaron en un aplauso que ninguno de los dos esperaba.
Ella se incorporó intentando comprender qué estaba pasando y yo, aún en el suelo, no conseguía ponerme en pie porque las piernas me temblaban. Uno de los espectadores se acercó para ayudarme mientras otro le explicaba a la chica lo que había sucedido. Ella, sonrojada por haber pensado mal de él, le regaló una sonrisa que le llegó muy adentro. Yo, a sus pies, quedé rendido.
Por un momento pensé que esa chica era para mi.
Me ha encantado, enhorabuena
Saludos Insurgentes