Un día más sentado ante un papel en blanco. Desde que estoy enamorado no soy capaz de escribir ni una sola frase. Mis mejores novelas las he escrito desde el desamor, el abandono, el sufrimiento que genera pensar en lo que pudo ser y no será, descubrir que llevaba unos cuernos bien puestos, los planes sin realizar, los espacios vacíos, el no poder vivir sin su olor...
Conocí a Paula en una reunión de amigos comunes y fue amor a primera vista, amor adolescente. Cinco minutos hablando fueron suficientes para ver pasar nuestra vida juntos por delante de mis ojos. No nos separamos en toda la velada y, al despedirnos, me ofrecí a acompañarle a casa. Madrid estaba preciosa esa noche; incluso el cielo estaba plagado de estrellas, algo muy poco habitual en la capital a causa de la polución. Llegamos a su portal cogidos de la mano. Me invitó a subir a su piso. Éramos adultos, ¿para qué esperar?
Miradas, caricias y besos nos acompañaron durante un trayecto de siete pisos. El ascenso al cielo. En la habitación comenzamos a quitarnos la ropa. Yo un poco torpe, nervioso, como si fuese la primera vez. Ella fue más hábil y me esperaba en la cama. Me desabroché el último botón de la camisa y, al dejarla sobre la silla, un escalofrío erizó mi piel. La tinta de la pluma que siempre llevaba en el bolsillo había teñido de azul la tela. En aquel momento, y con aquella mujer desnuda y totalmente entregada, no le di importancia.
Hoy sé que fue una señal. Sigo sentado frente al folio, en blanco. Cojo el móvil. Envío un mensaje a Paula. Una vibración.
"¿Me dejas por whatsapp? ¡Cobarde!"
Mi próxima novela comienza a escribirse sola.
Buen relato, lleno de magia, enhorabuena.
Saludos Insurgentes
Qué buen relato.