“Nada de lo que aparece aquí es un misterio. Arrhenius y Chamberlin ya lo predijeron a principios del siglo pasado. Lo que sigue siendo un misterio es cómo frenar a todos aquellos que consiguen que esta información no llegue a las calles”
Así comenzaba la primera de las cuatrocientas ochenta y siete páginas que me encontré aquella tarde mientras organizaba los archivos históricos del periódico para el que trabajaba por aquel entonces. Mi nombre es Esteban Menéndez y por aquellos tiempos yo era un periodista recién graduado con la profesionalidad y la ética aun intactas.
Mientras mis pupilas se deslizaban por aquellas palabras mi mente no pudo evitar acordarse de mi hermano. Mi hermano Tomás era mucho mayor que yo, me sacaba dieciocho años, y cuando yo trabajaba en el periódico él ya llevaba cinco años muerto. Murió de la peor manera que se puede morir, inesperadamente y sin despedirse. Un coche le pasó por encima en un paso de peatones, cuando llegó la ambulancia ya no había nada que hacer.
Tomás era catedrático en la Universidad de Barcelona donde impartía clases de biología celular, pero además era un gran interesado de la geología y las ciencias ambientales. Era un gran orador que siempre decía que la única forma de cambiar el mundo era educándolo. “El saber nos hace libres, Esteban, y la ignorancia encadena”, aquella frase retumbaba en mi cabeza durante toda la lectura.
Alguien había hecho una investigación exhaustiva que nunca había salido a la luz y yo necesitaba encontrarle para que me ayudara a saber qué hacer con todos aquellos nombres que aparecían en aquellas páginas. Mi sangre terminó de helarse por completo cuando llegué al final donde podía leerse:
“Barcelona, 3 de julio de 1990.
Fdo: Tomás Menéndez”
Mi hermano murió cinco días después.