Tras servirme una copa de whisky con hielo y asomarme a la ventana, pude despertar de aquel mal sueño. Aquella brisa marina me hizo ver que allí fuera había vida. Entonces fue cuando el aroma del mar me hizo resucitar de aquel tiempo muerto.
Busqué el neopreno y la tabla, hacía meses que no la usaba, Brenda siempre decía que por qué no hacer algo juntos, algo que nos gustara a los dos. Pensándolo mejor y a solas, seguramente querría decir, algo que le gustara a ella.
Mientras me dirigía a la playa, intentaba evadir mi soledad analizando el entorno que me rodeaba. Algunos miraban hacia el horizonte apoyados en la barandilla, otros caminaban sin prisa pensando en rematar la noche con un delicioso helado. Un grupo de corredores se anticipaba en busca de su meta, escuchando su mejor música a través de sus auriculares. Dos señoras cogidas del brazo sonreían y hablaban de lo bien que les había sentado aquellos churros con chocolate. Podía percibir la felicidad de la gente, esa felicidad de la que yo estaba dispuesto a volver a encontrar. Y para ello, necesitaba tiempo. Mientras tanto, disfrutaría de mi momento de paddle surf. Flotando sobre el mar cantábrico, escuchando el susurro del agua, diciéndome; ánimo Jon, lograrás olvidarla, ahora comienza la mejor etapa de tu vida.
Al salir del agua, fue cuando la vi por primera vez. A mi nuevo amor fotografiando la bahía.
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Saludos Insurgentes
Buen relato, Mila.