La idea del campamento de verano llevaba varios años sobrevolando la tranquilidad de la familia. Al principio del curso, todos los niños contaban de manera atropellada las mil aventuras que habían vivido. Los papás no paraban de repetir que había sido una bonita experiencia, que les había servido para madurar.
Costó mucho tomar la decisión, por un lado parecía divertido, pero la idea de estar dos semanas separados les frenaba. Miles de miedos y dudas se cruzaban continuamente.
Cuando Miguel contaba lo mucho que le gustó dormir al aire libre viendo millones de estrellas en el cielo, ellos sólo imaginaban enormes arañas introduciéndose en el saco de dormir o algún animal al acecho esperando a que se durmieran todos para atacar.
Leire contaba con las mejillas arreboladas, como Marcos le robo un beso mientras todos cantaban alrededor de la hoguera que habían hecho. Pero ellos sólo contemplaban la posibilidad de caerse a la hoguera y acabar con múltiples quemaduras. Y para que hablar de las tirolinas o las excursiones en piraguas, los rápidos del río, el concurso de apneas en la piscina...
No eran valientes, era una realidad. Cada día se llamaban así mismos gallinas, cobardicas, achantados, caguetas y un millón de insultos más.
También podían ir a otros campamentos, más tranquilos, donde hicieran galletas u ordeñaran alguna mansa oveja. Pero todos sus amiguitos iban a ese campamento multiaventuras. Todos volvían contando un montón de historias y deseando volver al año siguiente…que podía pasar.
Y así, tras una movida noche plagada de sueños y pesadillas, había llegado el día. Unas ilusionadas caritas se difuminaban según se alejaba el autobús escolar, mientras dos destrozados padres, rotos en lágrimas se consolaban:
—Cariño, dos semanas pasan enseguida. Lo tenemos que superar, tenemos que madurar—.
Superar los miedos para muchos padres siempre es complicado.
Me ha encantado!
Enhorabuena.
Saludos Insurgentes