La tarde de Nochevieja, el cielo se tornó de un tono gris plomizo y, una densa neblina, comenzó a circular, a un ritmo lento y sosegado, por todas las ciudades y pueblos del mundo. A esas horas, millones de familias se movían, de un lugar a otro, para celebrar el fin de año con sus allegados. El tránsito de personas en las calles era el habitual en un día de diario. Nadie parecía percatarse de nada anormal en el ambiente y la tarde se desarrollaba con total normalidad.
La noche cayó y las familias, ya reunidas, cenaron, bebieron, cantaron y disfrutaron, como lo hacían cada año. Mientras tanto, en el exterior, la oscuridad había cubierto, por completo, cualquier atisbo de luz que pudiera despertar, algún tipo de esperanza, en un mañana soleado. Los sonidos de relojes y campanas dieron la bienvenida a un nuevo año y la gente salió de sus casas a celebrar, con sus vecinos y amigos, la fiesta más divertida de todo el año. Cuando se encontraron con aquel fenómeno, algunos sintieron miedo y regresaron al interior de las viviendas. Otros, sin embargo, pletóricos por la festividad y alguna que otra copa de más, avanzaron a través de las sombras, con sus tropezones y caídas, tratando de encontrar música y más alcohol.
La noche dio paso a un nuevo día pero, las tinieblas no dieron paso a la luz. Ninguno de los que salieron la noche anterior retornó a sus hogares y de los que, a pesar de haber permanecido en el interior, habían entrado en contacto con la neblina, nunca despertaron.
Toda la humanidad parecía abocada a una desaparición rápida y silenciosa. Bueno, toda no. Hubo quien, desde el primer momento, estaba provisto de los medios necesarios para sobrevivir ante tal adversidad.


Me ha encantado, enhorabuena.
El final le pone el lector.
Saludos Insurgentes