El camino de Luna estaba enfocado a brillar en la música desde su nacimiento. Su madre era una de las mayores compositoras y directoras de orquesta contemporáneas más reconocidas a nivel mundial y su padre era un virtuoso concertista de piano.
Con 4 años Luna ya tocaba varios instrumentos, en su mayoría de cuerda, pero siempre mostró predilección por el violín y al mostrar ese gran talento sus padres decidieron que lo mejor para ella era recibir una educación en casa.
Su día a día había consistido en 5 horas de estudios básicos, comer y entre 5 y 6 horas de ensayo con su amado violín y así se convirtió en un prodigio de la música y con solo 8 años ya subía a escenarios con adultos formando parte de orquestas, incluso siendo solista.
Pero Luna ha crecido, ya tiene 12 años y sus inquietudes académicas y personales ya no se limitan a lo que aparece en sus libros de texto y tras mucho meditar y una conversación con sus padres algo tensa, Luna cursara 1°de E.S.O. en un instituto con más alumnos de su edad.
Luna ha preparado sus libros y cuadernos, va de camino al instituto en el coche, sin darse cuenta lleva el estuche del violín en la mano, parece una tontería, pero eso la tranquilizaba. Al llegar al instituto se veían varios grupitos, gente entrando y saliendo. Las piernas de Luna temblaron, se despidió de sus padres, miro el violín y dudo si llevárselo o no, respiro hondo y lo soltó. Cada paso hacia clase la costaba un poco más, sentía las miradas de todos los que se cruzaba, pero en el fondo se sentía cómoda en ese sitio nuevo porque al fin dejaba de ser Luna “el prodigio del violín” y era simplemente Luna.