«Trilogía del asesino olvidado – III. Un ser molesto»

Cuando fui consciente de que el error que cometí había acercado mucho a la policía a mi entorno, tomé la decisión más irracional que cualquier ser humano podría tomar. Decidí estudiar una oposición para entrar en el Cuerpo. Mis conocimientos de bioquímica me facilitaron bastante la incorporación a la Unidad de Criminalística. Pronto tuve acceso a los expedientes de los crímenes que yo mismo había cometido y, lo que era aún más importante, a toda la información personal del inspector al mando de la investigación.

Con la cantidad de muertes que ya pesaban sobre mi conciencia, elaborar un plan para provocar una más, no me supuso ningún contratiempo. A esas alturas, me requería, prácticamente, el mismo tiempo planificar un crimen que ir a la compra. Esa ocasión, sin embargo, al contrario que las anteriores, requería tener un cuidado especial para no dejar ningún rastro que pudiera delatarme, porque la investigación sería más meticulosa que las otras, al tratarse de un miembro de la policía. 

Pocos días después, la casa del inspector saltó por los aires. No quedó ni rastro de él. Una inapreciable fisura en un conducto de gas pareció ser la causa del fortuito accidente. Por mi parte, cuando acudí allí para recabar información, me encargué de que los pocos indicios que pudieran apuntar a un asesinato desaparecieran de aquel escenario.

No se había cerrado todavía la investigación, cuando vino a visitarme este maldito cáncer que muy pronto acabará conmigo. Probablemente, esta sea la recompensa a tanto daño como causé en mi vida. Quiero que todas mis víctimas sepan que el único error que cometieron fue el de estar en el lugar indebido en el momento menos apropiado.

Hoy, a las puertas de la muerte, doy por concluidas las memorias del asesino olvidado. Aquel al que nunca lograron capturar.