Hoy, como cada mañana, me miro en el espejo, mi juventud de nuevo se ha vuelto a marchitar, mi rostro se ha vuelto a ajar y las arrugas de nuevo inundan mi rostro. Mi belleza se desvanece como el sol en el ocaso de los días. Pero no ha de importarme demasiado, una nueva doncella me prestará su juventud, su virginidad será el linimento que alivie el implacable paso del tiempo. Su sangre será el bálsamo de mis arrugas y por mis venas volverá a correr la efervescencia de una adolescente.
De nuevo una joven virgen se sacrificará, es lo necesario, lo justo. Será llamada a mi alcoba, bailará conmigo hasta quedar hechizada por mi aroma ancestral y será ella misma la que me ofrezca su cuello. Con la sutileza y precisión de un cirujano, sesgaré su cuello para que la sangre brote lentamente, para que yo pueda cubrir mi cuerpo con su sangre, aun cuando un halo de vida queda en su cuerpo. Y mientras su vida se le escapa, podrá observar como la mía se revitaliza y recupero toda la juventud perdida.
Observo con placer su gesto de dolor, un dolor que se me antoja agradecimiento por haber sido elegida para darme vida y juventud. Ahora la doncella ha muerto, y encuentro en su rictus algo bello, una gran sensación de paz. Seguramente su vida era absolutamente desgraciada, al menos en la muerte ha encontrado un sentido a esa vida.
Ahora me miro en el espejo y vuelvo a ser bella y joven, hasta que de nuevo mi piel se marchite y otra joven desgraciada tenga la fortuna de ser la fuente de mi vida eterna.
Gran relato paisano, enhorabuena.
Saludos Insurgentes