De rodillas, la casaca harapienta tras semanas de encierro, el pelo largo y mugriento, las manos atadas a la espalda y, aun así, cuando me mira siento que lo hace desde arriba. Como si yo no fuera más que un insecto que ha tenido la suerte de que la bota repare en su presencia antes de aplastarlo. ¿Cómo consigue hacerme sentir tan pequeña, a pesar de las circunstancias?
—Oh, Alin, estás aquí —dice, como si acabara de reparar en mi presencia en lugar de haber sido arrastrado por dos guardias hasta caer sobre el suelo ante mis pies—. ¿A qué debo este gran honor?
—He venido a verte morir —digo, insuflando a mi voz todo el odio que siento, así como el valor que se me escapa.
Él sonríe, lento y retorcido, capaz de leer mi alma con una sola mirada.
La horca espera en el patio de armas vacío, la brisa mece la soga. No le daré la satisfacción de una audiencia.
Una vez la cuerda ha rodeado su cuello, el verdugo aguarda mi señal.
Los segundos pasan. No puedo moverme.
—Alteza... Quiero decir, Majestad —el guardia se confunde de título, pero no se lo reprocho.
Al fin y al cabo, yo tampoco estoy acostumbrada. Nunca esperé encontrarme en esta situación, pero ya no queda nadie más para llevar la corona. Están todos muertos, por su culpa. Y por la mía. Porque le creí cuando juró que me quería y le abrí las puertas de nuestro hogar. Ahora soy la última de mi linaje y solo me queda el consuelo de verlo morir.
Asiento.
—Saludaré a tu familia de tu parte —dice él, un maestro en tener la última palabra hasta el final.
La cuerda se tensa. Oigo el crujir de su cuello partiéndose, pero no me siento victoriosa.
Me ha encantado, enhorabuena
Saludos Insurgentes
¡Enhorabuena por el relato!