Me miré al espejo y, el primer pensamiento no tardó en aparecer; aquellas despiadadas preguntas cargadas de un sinfín de emociones, no hacían más que intervenir en bucle.
Mi madre me esperaba sentada con un buen banquete, mientras esbozaba una gran sonrisa de oreja a oreja. Tenía los ojos totalmente iluminados. Pude sentir su felicidad con sólo mirarla.
-Hijo, ésta mañana me llamó la profesora para decirme que está todo preparado para tu llegada. Llevan mucho tiempo esperando éste momento; pero antes, siéntate tranquilamente y desayuna. Necesitarás mucha energía para desprender toda la magia que llevas en tu interior.
Aquella situación, suponía un trayecto hacia lo desconocido; Si de por sí presentaba escasa autoconfianza, una vez llegué al conservatorio, los comentarios no se hicieron esperar. Algunos, me miraban raro. Otros, en cambio, se giraban con expresión de asombro, desconcierto y sorpresa: “Es él”, “Por fin está aquí”, “No me lo puedo creer”.
Una mujer aparentemente nerviosa, se detuvo frente a mi madre: “Señora De Luca, necesito que acudáis directamente al salón de actos, allí os esperan para daros la bienvenida”.
La timidez, me impedía asimilar todo aquello. Demasiada incertidumbre para un cerebro como el mío, acostumbrado al confort.
Cuando se abrió la puerta del salón de actos, sentí como cientos de miradas se clavaban en mí. Se escuchaban aplausos y ovaciones. Al fondo, apareció la orquesta con la que siempre soñé, con sus integrantes en el escenario…¡esperándome a mí!.
Una voz me sorprendió al oído:”Hay sueños que a veces se hacen realidad. Sube y cumple el tuyo; no temas, mi gran valiente”.
No dudé. Con todas mis fuerzas, me armé de valor y subí al escenario junto al director, con el que, junto a mi violín, sólo pude agradecer la gran oportunidad que me habían regalado.