Querido Juan:
Mis hermanos y padres se dirigen a Gibraltar para huir de esta locura, y llevan con ellos a nuestra pequeña Carmen. En mí queda la esperanza que te puedas reunir con ella en un lugar mejor, donde pueda vivir ajena a todo esto.
Por favor, que sepa que su madre no la abandonó, y que aprenda a esforzarse y luchar el doble que cualquiera, que por ser mujer no piense que no puede lograr lo que quiera en este mundo de locos.
Cuéntale, como hace tan sólo unos años y en contra de todo lo que se pudiese pensar, las mujeres conseguimos dar nuestra opinión en las urnas. No puedo evitar esbozar una sonrisa al recordarme en esa larga cola esperando mi turno para dar mi voto, mientras tú me esperabas con cara de orgullo. Quién iba a pensar que cuatro años más tarde de ese gran logro, iba a estar en esta prisión, privada de todos los derechos humanos posibles.
Mi crimen, luchar por un mundo mejor. Lucha para la que ya no tengo fuerzas.
Que Carmen no tenga miedo de ser maestra, como yo lo fui, en lo que parece ya otra vida pasada. O médico… o lo que quiera, pero que lo sea lejos de aquí.
Tuya siempre, Rosa . 13 de Octubre, 1937
Carmen, como siempre hacía cada vez que leía la carta de su madre en los últimos 25 años, miró a su padre con ternura y le dio las gracias por haberla animado a ser maestra, por enseñarle a luchar con uñas y dientes y por haberla acompañado a las urnas en 1951, año en el que se permitió a las mujeres votar por primera vez en Argentina.
Juan la miró con la misma cara de orgullo que siempre miró a Rosa.
Enhorabuena.
Saludos Insurgentes