-Es cierto que eres un hombre muy corpulento, pero las lesiones que presenta ese italiano no pueden atribuirse simplemente a un ligero golpe.
-¿Corpulento? No me estará llamando gordo, ¿verdad? –dijo incorporándose mientras se mesaba el bigote, palpablemente ofendido- Oiga, he venido a terapia porqué me ha obligado el juez, pero no voy a consentir que usted también me insulte. No le negaré que estoy algo rellenito, pero es la ansiedad la que me haría acabar con una familia entera de jabalíes.
Era enorme y rechoncho, casi sin cuello, pero no había necesidad de ser sincero. A veces la verdad es simplemente una excusa para ser cruel. Y en ese caso, además, podía comprometer mi integridad física. Sus pequeños ojos oscuros me escrutaban hasta que decidí obviar su crispación y seguir preguntando.
- ¿Y a qué se debe tu ansiedad?
-Pues supongo que no tuve una infancia fácil, doctor -contestó relajando sus facciones-. Todos los niños se metían conmigo y con mi pelo, decían que era largo como el de una chica y del color de una zanahoria. Me llamaban “florecilla”, porqué iba siempre con mi mejor amigo a todas partes. Por suerte, a raíz de… digamos... un mal trago, algo sucedió. Aparentemente nada había cambiado, pero tal vez mi carácter se fortaleció después de aquello y los muchachos dejaron de molestarme.
Yo lo miraba absorto, haciendo un tejadillo con las manos bajo la barbilla. Sonreí. Estaba claro que aquel tipo no era la bombilla más brillante de la caja.
-Deberías soltar ese peso que llevas a cuestas permanentemente –espeté finalmente.
-¿Otra vez? ¡¡Qué yo no estoy gordo!!
-Lo único que te estoy diciendo, y ya te lo he repetido en varias sesiones, ¡es que hagas el favor de dejar de venir a consulta con ese menhir, Obélix!.
Un buen relato con un final de mucho peso... Jejeje.
Enhorabuena.
Saludos Insurgentes.
Gran relato, felicidades Xavi. Leerte nunca decepciona.
Pensaba que podía ser Obélix pero hasta la ultimísima línea no queda claro del todo así que buen suspense :)