Alcohol, drogas, adolescentes y kilómetros de bosque alrededor. Sí, esta historia empieza como cualquier historia adolescente de verano: comas etílicos antes de tiempo, jarrones rotos y heces flotando en la piscina.
Pero esta historia merece ser contada por las miradas que Mick y Kath cruzaron durante la noche. Junto al baño baño, en la barra y hasta bajo el agua (sí, con las heces en órbita). Cuando los niveles de bilirrubina de ambos ya se habían desbordado sobraron unos leves movimiento de cabeza hacia el piso de arriba para encontrarse solos en uno de los dormitorios. Todo seguía como marcan los cánones de un rollo de una noche. Besos con excesiva actividad lingual, el botón que necesita más que dos dedos para desabrocharse y ese sujetador que acaba pareciendo un tirachinas.
Es en ese momento cuando todo se alteró para Mick (además de los cubatas y los canutos). Al introducir su mano bajo la camiseta de Kath palpó en su piel algo húmedo y escamoso. Mick ya había tenido algún episodio alucinógeno al consumir así que no le dio importancia. Siguieron con los preliminares hasta que la pasividad de Mick agotó la paciencia de Kath que lo empujó hasta que su espalda quedó completamente pegada al colchón. Este intentó incorporarse pero Kath se lo impidió con el brazo izquierdo mientras de deshacía de su blusa con el derecho.
—Joooder —Solo así pudo reaccionar Mick al ver que su tacto y su subconsciente no le habían jugado una mala pasada.
De rodillas y semidesnuda sobre él se encontraba Kath, con su cara tan dulce y sus no tan agradables ocho tentáculos escamosos.
Durante los próximos minutos, el resto de asistentes solo escucharon gemidos masculinos. Algunos decían que de placer, la mayoría que de dolor. Nadie entró a comprobarlo.
Relato con mucha originalidad.
El final es brutal.
Saludos Insurgentes