- Mi madre hizo una foto el día que vino a revisar la clase.
Leo era el hijo de la profesora. Avispado y locuaz, siempre iba por delante de los demás y necesitaba saber qué había pasado con Lucas, la ardilla de peluche que les acompañaba desde el primer curso y siempre observaba a la clase desde lo alto de la estantería. Era el primer día de clase y todos los alumnos de Cuarto B la habían echado de menos.
Todo estaba orden, pero en la foto se veía una silla junto a la estantería.
- Lo recuerdo. – Dijo la profesora. – Yo la puse en su sitio.
Entonces Leo se subió a una silla y, en lo alto de la estantería, vio una pulsera de tela que enseñó al resto de la clase.
“Valencia”, es lo que ponía en la pulsera.
- Marisa, de Quinto B ha estado en Valencia este verano. – Observó Paz.
Y todos fueron a la clase de quinto para preguntar a Marisa. Ella juró que la pulsera no era suya, pero añadió algo más.
- Allí me encontré a Sebastián, de Cuarto A.
Cuarto A era la clase rival, la que siempre perdía en fútbol contra ellos y la que luchaba, en vano, por ser la mejor clase del colegio. Cuando Lucas se acercó a Sebastián se fijó en que su muñeca tenía una marca blanca, como si el sol hubiese quemado todo su brazo excepto el lugar donde había estado una pulsera.
- ¿Dónde está Lucas? – Preguntó.
Ante la mirada de los profesores, Sebastián no tardó en hundirse. Quería fastidiar a Cuarto B y por eso había robado a Lucas.
Los alumnos de Cuarto B siguen ganando al fútbol, sacando las mejores notas y Lucas les sigue observando desde lo alto de la estantería.
Si tratas de acabar con un diálogo de confesión, el chis-pun final puede recompensar al lector.